Ya lo dijo Ortega: "yo soy yo y mis
circunstancias", a lo que hoy en día habría que sumar el móvil, ese
pequeño dispositivo que pasó de aparatejos con funda en el
cinturón a ser prodigiosas máquinas.
Tiene para todo.
Lo último que hago antes de cerrar los ojos (poner el despertador y dejarlo cargando). Lo primero que miro al despertar (a ver emails, RTs, whatsapp, Me gusta). Fija mi rutina con las aplicaciones del calendario. Me recuerda los cumpleaños de mis amigos. Me dice los kilómetros (velocidad, desnivel...) si salgo a correr. Pongo a Doraemon cuando mi hijo se aburre.
Su uso es perenne.
Es una extensión de nuestras manos. Recientemente un magistrado de la Audiencia Provincial de Murcia lo
dejó muy claro al inicio del juicio: "Móvil que suene, persona que
desalojo de la sala". Hay hasta señales de circulación peatonal que
recuerdan que puedes chocar si no miras al frente, pendiente de las
pequeñas pantallas táctiles.
Ya no sé quién trabaja para quién. Siempre voy mendigando wifi. Suplicando un enchufe donde recargar la batería.
Nos aisla de lo físico y nos acerca a encuentros digitales. Es la llave a nuestro yo virtual, pero que a la vez desconecta el yo físico, salvo para nuestros dedos pulgares, hipermusculados, que evolucionarán de forma independiente, creando una nueva línea de la Humanidad, alcanzarán la inteligencia y acabarán por desobedecernos, borrachos de poder.
Todo por el móvil.